Si bien se han establecido una serie de valores determinados con el objetivo de obtener una gran cantidad de información con un único procedimiento, lo cierto es que estas pruebas pueden ampliarse, incluyendo un gran número de valores que aunque usualmente no son demandados, pueden arrojar resultados muy útiles de cara a valorar aspectos concretos si esto resultara necesario.
Imaginemos que entra en nuestra consulta una persona joven, de aspecto sano, deportista y con buenos hábitos alimenticios.
Obviamente, hacerle una resonancia magnética o una endoscopia, no resulta ni lógico ni productivo.
En este caso, tan solo confiamos en corroborar lo que sospechamos: se trata de una persona sana.
Ahora bien, vayámonos a otro extremo. Hemos de valorar a una persona que no presenta sintomatología, pero sí posee un historial clínico que incluye episodios pasados de hipertensión y antecedentes familiares con problemas renales.
Es aquí donde se hace interesante, no ceñirse a una analítica general, y al margen de poder realizar otras muchas pruebas, incluir valores muy específicos que no se incluirían normalmente en una analítica, pero que pueden darnos más y mejor información acerca de su estado de salud: nos estamos anticipando a posibles problemas, ya que sospechamos que éstos pueden estar presentes en una probabilidad alta, o al menos, más alta que en el sujeto deportista del ejemplo anterior.
Por tanto, los análisis clínicos pueden ser generales, pero en contra de lo que muchos creen, también un elemento diagnóstico muy concreto y preciso, que nos permite actuar rápidamente.
Hay muchísimos valores que, por extensión, no trataremos, como pueden ser potasio o bilirrubina; así que, sin ser una lista exhaustiva, pongamos algunos de los ejemplos más representativos: